MAESTRAS ZOMBIES: UN CUENTO DE NAVIDAD

A los padres de familia nos enseñaron (no se sabe quién, porque los abuelos también lo hicieron así) que había que sacar diez o estar lo más cerca de ello en la escuela. Surgieron varios tipos de estudiantes en aquellas epocas.

1. Los niños que sacaban nueve y diez eran considerados listos,

2. los de ocho salvaban las críticas,

3. los de siete eran como tener el agua cerca del cuello pero alcanzaban a dar la cara

4. y esos de seis y sus profundidades perdían su estatus de persona para convertirse en buenos burros.

Los padres reforzamos ese modelo cuando vamos con la maestra a esas entregas de calificaciones, (el arte de una maestra es ser una artista del engaño, decirle a los padres de forma estética y suave las "áreas de oportunidad" de su hijo) donde nos dice lo que no se logró y lo que sí, todos los papás se van sintiendo a salvo si su hijo es de los de arriba del ocho, pobres de los burros y los que tienen el agua hasta el cuello, seguro tienen problemas familiares o padres alcohólicos que no les dan de comer a los niños, piensan entre murmullos.

La mayoría de nosotros que hemos llegado a donde estamos, sin importar a donde sea, recurrimos a la astucia de lo espontaneo, a la intuición, usamos nuestros dones personales, las fortalezas emocionales, sociales o hasta familiares.

Pero caemos en la hipocresía de exigir a los pequeños las mejores calificaciones, provocamos que las maestras revisen 30 cuadernos diarios, de tres materias diferentes, mientras piensan en el plan del día siguiente y todo eso al mismo tiempo que luchan por permanecer humanas y convivir con su familia.

El problema de este tipo de educación empeora cuando todo el sistema pierde su humanidad en búsqueda de niños perfectos

Maestras zombies luchando por tener niños listos, cansadas, devaluadas, mal pagadas y criticadas, papás sumisos al diez, regañando, mal queriendo y condicionando a sus criaturas a darles un poco de amor extra a cambio de un ocho, para librar la vergüenza de ser señalados como malos padres.

Mamás estresadas, sintiéndose fracasadas por que sus hijos “no aprenden” a pesar de que están toda la tarde haciendo la tarea y hasta le prohibieron jugar al niño para que se concentrará, incluso ya piensan que su hijo puede ser uno de esos casos de déficit de atención de los que tanto hablan en redes sociales. Dirán los padres de familia ¡para eso pagamos, que la escuela arregle la educación!, no, así no funciona, la educación es una preocupación compartida, empezando por reconocer esas capas de basura que estamos poniendo en la vida de nuestros hijos, al exigir educación que persiga fabricar niños súper inteligentes. Cambiar lo que se exige, permite modificar lo que se enseña.

Preguntémonos detenidamente todos y todas, nadie se salve de esta pregunta:

¿Quién dijo que la educación debe fabricar niños inteligentes?

Nadie lo dijo, lo aprendimos mientras dejamos la niñez intentando ser adultos y ahora qué somos “grandes” nos portamos como niños ¿Dónde quedó la inteligencia?, concluyo: la inteligencia en la educación está sobrevalorada, mientras que vivir en la realidad esta devaluado. Construyamos una educación con maestras humanas y mamás que no estén estresadas.

Ahora en épocas navideñas se ve a las maestras felices a los niños contentos, la temporada invernal, el agradecimiento están en el aire y eso modifica muchas cosas en la educación, la invitación que hacemos es tratar al proceso educativo de mi hijo como una oportunidad para que se descubra a si mismo, que llegué el momento en el que aproveche una consciencia propia por si mismo y los demás, por su puesto que viva sus emociones sin sentirse culpable, todo esto lo vamos a lograr si humanizamos más nuestras exigencias hacia las maestras que cargan todo el peso del proyecto escolar, si las tratamos como humanas y no como zombies, quizá nuestros hijos y nosotros seamos más felices.

Acuérdate lo que digo:

MI SUEÑO TERMINA CUANDO LA HUMANIDAD DEL OTRO EMPIEZA.